Hoy ha sido un día de morriña y de observar con mirada ausente las hojas del otoño moviéndose al ritmo de la música de Bert Jansch. Por la tarde, después de hacer algunos trabajillos estudiantiles me he puesto mi música, he abierto la ventana y he dejado que el frío viento se colara en mis pulmones. He robado un trocito del bizcocho de mamá que había en la cocina, le he añadido mermelada de fresa y lo he digerido con un earl grey bien calentito. El otoño es genial. Ya no me importa sentirme sola en estos días si aun me queda mi té, el cine, una buena lectura y la música para consolarme.
Ya es de noche. Ahora llevo un camisón precioso de volantes que tiene exactamente 51 años y que era de mi abuela. La verdad es que me he mirado en el espejo y mamá tiene un poco de razón cuando dice que parezco una de esas actrices antiguas de películas de terror alemanas, huyendo del mordisco de un sediento vampiro. Me siento bien, ¿sabes?. Por primera vez no tengo la continua necesidad de auto destruirme todo el tiempo. Quiero vivir. Ya no fumo y vuelvo a comer sin sentir que quiero desaparecer. Aunque a veces me pregunto si habrá alguien ahí fuera que pueda comprender mis sentimientos, que comparta mis ideas y mi desencanto con la sociedad actual. Ya no veo en morir una atractiva forma de huida, de elevarme a las mas trágicas alturas. Sin embargo sigo deseando con toda mi alma escapar y conocer mundo, mas allá del horizonte, de esta ciudad que solo sabe de desamor.
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